![]() |
Chingolo con dos de sus pichones y dos pichones de tordo |
El proceso reproductivo de la araña Stegodyphus lineatus está plagado de complicadas relaciones de pareja e intergeneracionales. Si el macho encuentra una hembra que ha puesto huevos intentrará quitarle el saco en que se encuentran y desecharlo del nido para luego copular. Pero no le será fácil. La hembra lo defenderá y entablará un combate. De ganar el macho copularán. Si pierde quedará maltrecho o muerto y canibalizado. Una vez que las crías emergen de los huevos la hembra abrirá el saco. Primero regurgitará para alimentarlos. Luego posará inmovil ante ellos para ser devorada en un gesto de cuidado maternal suicida.
La hembra del tordo común (Molothrus bonariensis), que es muy abundante en Uruguay, pone sus huevos en nidos de otras especies para que que sean incubados y criados por la especie anfitriona. Para incrementar su exito reproductivo, la hembra del tordo destruirá algunos de los huevos puestos por la hembra anfitriona. Al nacer los pichones de tordo, habrán de empujar los huevos de la especie afitriona fuera del nido destruyéndolos y también atacarán y mataran pichones ya nacidos de esa especie.
Estos son algunos ejemplos de innumerables casos similares en la naturaleza. Quienes ven inteligencia en el diseño del mundo viviente deben resolver no una sino dos cuestiones sobre ellos. Primero, ¿cómo se explica que estos curiosos mecanismos de procreación atestados de complejidad, ineficiencia y derroche provengan de un plan de diseño supuestamente inteligente? Y segundo, ¿la brutal crueldad en estos mecanismos del diseñador inteligente es adrede? ¿Es tal vez indiferencia? ¿O es simplemente una muestra de ineptitud e incapacidad en el diseño?
En cambio, admitiendo un proceso de evolución mediante selección natural darwiniana, y enmarcados en un contexto de selección y conflicto sexual y donde el gen juega un papel preponderante como unidad de selección, es perfectamente comprensible que estos casos y tantos otros similares tengan lugar.