En todas sus apariciones públicas, Christopher Hitchens se hacía lugar para plantear un desafiío a quien escuchaba e iba así: “Piense usted en una buena acción o expresión solidaria que un creyente pueda realizar, y que un no-creyente de alguna manera se vea impedido de realizarla. ¿Se le ocurre alguna?” Nunca recibía respuestas. Y continuaba: “Piense ahora usted en alguna acción o expresión de violencia o malicia que un creyente pueda realizar, pero que un no-creyente no podría llevar a cabo.” Y enseguida preguntaba: “Inmediatamente le vinieron a la mente decenas de ejemplos, ¿no es así?”
Hitch le pedía a la gente que si en algún momento se le ocurría algún ejemplo que rebatiese el desafío de la primera pregunta se lo hiciese llegar luego a su correo electrónico. Falleció sin saber de un solo caso.
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